Para los católicos, la palabra triduo sugiere la preparación que hacemos tres días previos a la celebración de una fiesta religiosa, como puede ser el día de un santo, por ejemplo. En la Semana Santa, sin embargo, el enfoque es distinto. El triduo no es un tiempo de preparación únicamente, sino el período que abarca la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, es decir, la totalidad del misterio pascual.
El triduo inicia el Jueves Santo, con la Misa de la Cena del Señor, en la que se recuerda principalmente la institución de la Eucaristía. Luego, en el Viernes Santo se medita sobre la Pasión del Señor en su Calvario hasta la Cruz. El Sábado Santo, sin celebraciones litúrgicas por luto a la muerte de Jesús, se celebra la Vigilia Pascual, cerrando de esa manera el triduo con la víspera del domingo, cuando se conmemora la Resurrección de Jesucristo.
Aunque el Triduo Pascual como tal es relativamente reciente, pues data del siglo pasado, el entendimiento de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo como parte de un mismo proceso es una práctica que se apega más a la tradición cristiana antigua y al Nuevo Testamento. El mismo Jesucristo nunca disoció su resurrección de las otras dos. «Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen, y al tercer día resucitará» (Mt 20,17-28).
El misterio pascual nos enseña que el camino de la Cruz es también el camino de nuestra resurrección. El sufrimiento encuentra su cura en Jesucristo, por lo que nuestra postura siempre debe ser de optimismo, sabiendo que en el Señor está el camino redentor. El Triduo Pascual es la pauta que debemos seguir en nuestras vidas como cristianos.