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La conversión de San Pablo: escuchar el llamado de Dios

El capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles relata la historia de Saulo de Tarso, un ciudadano romano que perseguía a los cristianos a muerte. Tal era su odio, que emprendió camino a Damasco con la misión de encarcelar a todos los seguidores de Cristo que pudiera encontrar. Sin embargo, como narra la Biblia, cuando Saulo estaba por ingresar a la ciudad, una luz lo cegó, lo que le hizo caer al suelo. Entonces, escuchó una voz, que le dijo:

«»Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»» (Hch. 9:4), a lo que Saulo respondió «»¿Quién eres, Señor?»». Jesús le dijo «»Yo soy Jesús el Nazareno, a quien tú persigues.»» Saulo respondió diciendo «»¿Qué haré, Señor?»» y Jesús habló por última vez «»Levántate, ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que tienes que hacer.»» (Hch. 9:5-6) (Hch. 22:6-10).

Tras ese episodio, Saulo permaneció ciego durante tres días. Al tercer día, un hombre llamado Anaías se le presentó y le dijo que era enviado por el Señor para devolverle la vista y llenarlo del Espíritu Santo. Luego, Anaías bautizó a Saulo bajo el nombre de Pablo. A partir de aquel suceso, Pablo empezaría a predicar la palabra del Señor y evangelizar por el mundo.

En la carta de los Gálatas San Pablo dice: “Cuando Aquél que me llamó por su gracia me envió a que lo anunciara entre los que no conocían la verdadera religión, me fui a Arabia, luego volví a Damasco y después de tres años subí a Jerusalén para conocer a Pedro y a Santiago”. Las Iglesias de Judea no me conocían, pero decían: “El que antes nos perseguía, ahora anuncia la buena noticia de la fe, que antes quería destruir». Y glorificaban a Dios a causa de mí.”

La conversión de San Pablo, que recordamos cada 25 de enero, es un ejemplo para todos los católicos. Nos enseña que la intervención de Dios en nuestras vidas puede ocurrir en cualquier momento y bajo cualquier condición. San Pablo no conoció a Jesús, sin embargo, lo dejó entrar en su vida y cambiarla por completo. De igual manera, nosotros somos quienes decidimos si vivir la vida de cristianos como Dios nos pide. Porque ocurre a veces, como le sucedió a San Pablo, que perdió la visión por tres días, que llevamos nuestras vidas de espaldas a Dios, aunque su presencia y amor hacia nosotros sean evidentes.

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