“No me hacen falta razones. Iré a ver a mis hijos del Ecuador. ¿Dónde estaría mi cariño de Padre si no fuera a verlos?”
El 1 de agosto, a las 11 de la mañana, San Josemaría llegó a Quito en un avión procedente de Lima. Al entrar al oratorio de la casa donde se alojaría, saludó a Dios y, al ver la imagen de la Virgen, exclamó: “Tota pulchra est Maria!” (es decir, “Eres toda hermosa María!”).
Se trataba de una valiosa talla de la Asunción de la Virgen, de la Escuela Quiteña, que actualmente se encuentra en el oratorio de Ilaloma, la casa de retiros de Quito.
La elevada altitud de Quito, de casi tres mil metros sobre el nivel del mar, le causó a San Josemaría el llamado “soroche”: experimentaba falta de oxígeno, no descansaba bien por la noche, tenía vértigos y no podía caminar solo. La bronconeumonía que había padecido en Lima se había reactivado.
A pesar de las recomendaciones médicas, no quiso dejar la ciudad: “Estoy dispuesto a permanecer aquí el tiempo que sea necesario, hasta que me adapte, para poder hablar de Dios, pues a eso he venido”. Cada mañana se levantaba un rato para ir al oratorio y recibir la Comunión, ya que no estaba en condiciones de celebrar la santa Misa.
La tarde del día 12 había manifestado: “aunque ya sabía que el Ecuador es una gran nación, la nación del Corazón de Jesús, no conocía que era una nación de almas tan selectas, que me iba a costar una medio enfermedad”.
El día 15, fiesta de la Asunción de la Virgen, san Josemaría partió de Quito hacia Caracas.