No es la cuenta regresiva para los regalos o las cenas; es la preparación para el evento más trascendental de la historia: la Encarnación. Dios no quiso salvarnos a distancia, se hizo uno de nosotros. Cada año tenemos la oportunidad real y actual de reconectar con Jesús, que vuelve a buscar posada en nuestras vidas.
Esta necesidad de "tocar" el misterio movió a San Francisco de Asís, quiso ver con sus propios ojos las penurias que el Niño Jesús padeció. Preparó el primer pesebre viviente (Nacimiento), con buey y mula, para contemplar la sencillez con la que el Rey de Reyes entró al mundo. Así bajó la teología de los libros al suelo de nuestros hogares, recordándonos que la grandeza de Dios se esconde en lo pequeño.
Para Guardini, la liturgia es un "juego divino" con reglas serias. El Adviento nos educa para vivir en la tensión. Nos enseña que la vida cristiana es siempre un "todavía no". Aunque estamos redimidos, nuestra realidad todavía gime esperando la plenitud. El Adviento es la escuela de la paciencia en un mundo acelerado.
De esa cercanía brotan nuestras tradiciones más queridas: las novenas, las visitas a amigos y el compartir en familia. No son meros trámites sociales ni excusas para la fiesta; son la fuerza de la amistad, donde la caridad se concreta.
El Adviento, como nos enseñan la historia y nuestros maestros, es un camino de dos direcciones: en la primera parte, recordamos que Cristo volverá a juzgarnos en el amor; en la segunda, nos hacemos pequeños como María para recibirlo en la humildad de la carne. Como diría Guardini, "es el tiempo de la santa seriedad para acoger la infinita alegría".
No sirve que Cristo nazca mil veces en Belén si no nace una sola vez en tu corazón. Este diciembre, ¿tu pesebre será solo un decorado costoso en la sala, o serás tú el espacio humilde donde Dios pueda reinar?