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La Adoración

El Acto Más Humano de Todos

​En un mundo saturado de ruido y distracciones, la palabra “adoración” puede sonar como un eco del pasado. La cultura contemporánea, obsesionada con la autonomía y el propio juicio, ha perdido la capacidad de postrarse ante algo más grande que uno mismo. Sin embargo, en el fondo del corazón humano, anida una profunda inquietud que las promesas vacías del consumismo y la hiperconexión no pueden calmar. 

Como nos recuerda San Agustín, “nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Esta verdad es la puerta de entrada a la verdadera adoración.

​La adoración no es un ritual vacío, sino el acto más radical y humano que podemos realizar. Es la respuesta natural y necesaria de una criatura ante su Creador, un gesto que nos devuelve a nuestra identidad más profunda.


Realización del ser humano

El ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y solo al volverse hacia Él encuentra su verdadero sentido. La adoración no es una actividad secundaria o exclusivamente religiosa, sino que es la expresión más auténtica de nuestra identidad y vocación como seres humanos.

Tenemos una sed profunda de infinito, una búsqueda de sentido que ninguna realidad creada puede satisfacer plenamente. Esa sed solo se calma en Dios. Por eso, adorar es también vivir según la verdad, reconociendo que solo en Dios está nuestra plenitud. Es un acto que nos libera, que nos permite vivir con coherencia nuestra dependencia de Dios y nuestra dignidad como sus hijos.

Además, la adoración establece un diálogo íntimo y único entre el Creador y la criatura. En ella, Dios se manifiesta como Providencia, como Amor y como fuente de toda vida; y nosotros respondemos con humildad, gratitud y entrega. No se trata de una transacción o de obtener algo de Dios, sino de un encuentro de amor profundo. A través de este encuentro, el ser humano se eleva por encima de sus limitaciones y se une a Dios en un vínculo de verdad y vida.

La Adoración Eucarística: el culmen

La adoración encuentra su máxima expresión en la Eucaristía, el sacramento en el que Cristo se hace realmente presente bajo las especies del pan y del vino. En la Eucaristía se da el encuentro más real, profundo y misterioso entre Dios y el hombre. Es allí donde la adoración se vuelve concreta y visible.

Prepararse para recibir la Comunión es ya un acto de adoración. No se puede recibir al Señor de cualquier manera: se requiere un corazón limpio, un alma atenta y una disposición amorosa. San Agustín decía: "Nadie come de esta Carne si no la adora primero." Es decir, la adoración es la actitud interior imprescindible para acercarse al misterio eucarístico.

Además, la adoración no termina con la Comunión, sino que se intensifica después. El momento posterior a recibir a Jesús es muy valioso: Cristo está en nosotros de forma íntima y real. Es tiempo de adoración interior, de silencio, de gratitud, de entrega personal. Es una oportunidad para ofrecerle nuestras luchas, gozos y sufrimientos, y simplemente estar con Él. Ese momento es vital para que la gracia de la Comunión no se pierda, sino que transforme nuestra vida.

Misa de aniversario sacerdotal
P. Jose Giner y P. Carlos Ayala