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¿Qué queda de lo sagrado cuando todo se vuelve juego?

Por Ana Belén Hurtado

A veces nos acostumbramos al mal sin darnos cuenta. No por grandes decisiones, sino por pequeñas concesiones cotidianas: justificar lo que antes nos incomodaba, restar importancia a lo que “todo el mundo hace”. En medio de celebraciones como Halloween, estas actitudes parecen inocentes, pero pueden ir apagando poco a poco la sensibilidad espiritual.

C. S. Lewis lo expresó magistralmente en Cartas del diablo a su sobrino, donde un demonio veterano enseña a su aprendiz que la mejor tentación no es el escándalo, sino la distracción: lograr que una persona deje de mirar a Dios, aunque sea por rutina. Inspirada en esa idea, surge la pregunta: ¿qué diría hoy Escrutopo sobre una fiesta que alguna vez preparaba el corazón para la solemnidad de Todos los Santos y que ahora parece celebrar lo contrario?

Más allá de disfraces o símbolos, la verdadera batalla se libra en el interior. No es una lucha visible ni dramática, sino silenciosa: la de mantener viva la conciencia de lo sagrado en un mundo que tiende a convertir todo —incluso lo más profundo— en simple entretenimiento.

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