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El coraje de la verdad: diálogo y debate en tiempos de cancelación

Por Valentina Peralta

En La Plena creemos que la fe también se vive en la forma en que pensamos, debatimos y nos relacionamos con los demás. No basta con repetir lo que todos dicen ni encerrarnos en nuestras propias ideas: necesitamos el coraje de escuchar, dialogar y defender lo verdadero con respeto.

El asesinato de Charlie Kirk en Utah esta semana nos golpeó fuerte, porque más allá de estar o no de acuerdo con todas sus posturas, su figura representaba precisamente esa valentía de dar la cara, de poner ideas sobre la mesa y de abrir espacios de diálogo. Y en La Plena, como un movimiento joven que busca conversaciones auténticas, donde todos puedan ser escuchados y se pongan sobre la mesa los temas que realmente valen la pena, no podíamos quedarnos sin comentar al respecto.

Por eso, Valentina Peralta, miembro de nuestro grupo, preparó la siguiente reflexión que compartimos con ustedes.



Un mundo polarizado

En un mundo que a menudo se siente más polarizado que nunca, donde el ruido de las redes sociales ahoga la conversación en la mesa, la idea de un debate honesto puede parecer una reliquia del pasado.

Desde pequeños, crecimos con el universo digital como nuestro principal campo de batalla intelectual, y aprendimos rápidamente que la victoria no siempre es para quien tiene la razón, sino para quien tiene la mayor cantidad de "likes" o el insulto más agudo. Sin embargo, hay una voz, la de Charlie Kirk, que nos desafía a mirar más allá de esta dinámica superficial y a redescubrir algo fundamental: el valor de la verdad y el poder del diálogo para encontrarla.

Kirk es una figura que ha generado controversia, precisamente porque no teme “dar la cara” y llevar sus ideas a los lugares más hostiles, como los campus universitarios. En un reciente podcast, él mismo exponía cómo la cultura de la cancelación, más que un fenómeno pasajero, es un síntoma de una sociedad que ha olvidado cómo debatir.



La cultura de la cancelación

No se trata de un simple desacuerdo, sino de una táctica para silenciar a quien piensa diferente, para convertir al adversario en un enemigo que debe ser excluido. Esto es especialmente peligroso para nosotros, los jóvenes, porque nos enseña a temer el error y a evitar la exploración de ideas que nos incomoden.

El peligro no es solo que alguien sea asesinado por sus ideas, sino que los demás empiecen a callar por miedo. Si dejamos que la intimidación defina los límites de lo que se puede decir, el debate muere y con él muere la posibilidad de crecer como sociedad.

Si no podemos cuestionar o ser cuestionados sin miedo a perder nuestro trabajo o nuestra reputación, ¿cómo podemos estar seguros de nuestras propias convicciones? ¿Y cómo podemos llegar a la verdad?

Aquí es donde entra en juego la necesidad de la verdad. La verdad no es una opinión. No es algo que se vote en una encuesta de redes sociales. Es algo que existe objetivamente y que, como la gravedad, nos afecta a todos, creamos o no en ella.

En la era de la “posverdad”, se nos ha enseñado a creer que cada uno tiene “su propia verdad”, lo que en la práctica nos deja sin cimientos, flotando sin rumbo en un mar de subjetividad.

Una sociedad que renuncia a la búsqueda de la verdad, inevitablemente, se desmorona. Defender un ideal no es solo una cuestión de lealtad, sino de responsabilidad. Es tener el valor de investigar, de leer, de escuchar a quienes nos han precedido y de armar nuestra visión del mundo con ladrillos sólidos, no con simples sentimientos. Se trata de defender los ideales con altura, con argumentos bien fundamentados y con el coraje de admitir, si es necesario, que estabas equivocado.

Condenar un asesinato no significa compartir todas las posturas de quien fue víctima. Significa reconocer que la vida y la dignidad humana están por encima de cualquier diferencia ideológica. Si no somos capaces de indignarnos por la violencia contra alguien con quien discrepamos, terminamos convirtiendo al adversario en un enemigo al que ni siquiera reconocemos como persona.



Del diálogo al debate

El camino para defender la verdad pasa inevitablemente por el diálogo. Esto significa armar puentes, no muros. En lugar de encerrarnos en nuestras burbujas eco digitales, donde solo escuchamos a quienes piensan como nosotros, el reto es buscar activamente la conversación con aquellos que tienen opiniones distintas. No significa que debamos comprometer nuestros principios, sino que debemos estar dispuestos a presentarlos con respeto y a escuchar con genuino interés.

El objetivo del diálogo no es la aniquilación del oponente, sino el mutuo crecimiento. Es a través de la confrontación respetuosa de ideas que podemos refinar las nuestras, descubrir fallas en nuestra lógica o, incluso, encontrar puntos en común que no sabíamos que existían.

El debate es una herramienta poderosa. Lejos de ser un ejercicio de agresión, debe presentarse como una oportunidad para que las ideas compitan en el espacio de la razón. Pero para que esto funcione, necesitamos un código de conducta: respeto por la persona, incluso si se rechaza su opinión. Se trata de debatir las opiniones sin atacar al individuo. No es fácil, requiere humildad y un profundo respeto por la dignidad humana.

La violencia no termina en el disparo; continúa en las risas, en los comentarios sarcásticos en redes, en la negación del dolor ajeno. Esa deshumanización es quizá la herida más grave, porque convierte al otro en un objeto desechable, y a la sociedad en un campo tribal.



Una generación que no calla

En un mundo donde muchos de nosotros nos definimos por nuestras etiquetas, el asesinato de Kirk nos recuerda que todos somos seres humanos en busca de significado y de respuestas, y que el respeto es el primer paso para cualquier conversación productiva. Dar la cara, defender los ideales con altura, respetar a los demás y debatir las opiniones, estos no son solo principios de oratoria, sino la base de una vida cívica sana.

No todos los puntos de vista de Kirk son de agrado universal, pero no se puede negar su valor como promotor del diálogo. Su insistencia en la conversación en lugar de la imposición, su respeto por la libertad de pensamiento y su cercanía a figuras de la Iglesia como Bishop Barron, son inspiradoras.

Hoy, más que nunca, necesitamos jóvenes que se atrevan a entrar en la arena del debate sin miedo a ser rechazados. El verdadero coraje no está en callar para agradar, sino en hablar con firmeza y escuchar con apertura. La cancelación mata las voces, pero el diálogo las rescata. Solo así podremos construir una cultura donde el desacuerdo no sea un motivo de exclusión, sino una oportunidad para crecer juntos.

Al final, la verdad no necesita defensores perfectos, sino valientes. Jóvenes que se animen a incomodar al mundo con preguntas difíciles y que, al mismo tiempo, se dejen interpelar por los demás. Esa es la única manera de que el coraje de la verdad no sea solo un ideal escrito, sino una práctica viva en nuestra generación.

Porque si nuestra generación no aprende a escuchar y debatir con respeto, ¿quién lo hará?

¿Es posible para un joven ser santo y alegre al mismo tiempo?
Por Hugo Cañarte